JOSÉ – Acababa de salir del tren. Antes de ayer fue mi 18 cumpleaños, aunque no lo celebré a lo grande. Mis padres aún seguían en la nave, había poca gente de su edad viviendo en la tierra, aún no se fiaban. Desde la oficina de reclutamiento se podía ver el extremo de la ciudad y más allá las nubes verdosas que repondrían la capa de ozono gracias a la tecnología de los Pakeh. Yo tenía mis dudas sobre ello, pero de momento, según los estudios, parecía ir bien. No había mucha cola en la oficina, poca gente quería entrar en el ejercito, pero a mí me daba igual. Había decidido hace tiempo que protegería a mi familia como ellos me protegieron a mí y así lo haría. Pensé también en Irene, en cómo habría ido su vida desde que abandonamos la nave hace un año. Cuando llegué a la tierra fui a vivir con Atomsk Mederit al hangar que tenía en las montañas justo al límite de la cúpula de la ciudad. Habían incluido la montaña en la cúpula porque Atomsk fue el diseñador de las naves de evacuación. Atomsk se dedicó durante ese tiempo a reforestar los alrededores del hangar. El profesor había terminado su nueva nave hacía unos cuantos años y tenía poco que hacer. Dentro de poco nacería su nieta y quería prepararlo todo para entonces, ella heredaría la Ann y el hangar. Se empeñó y convenció a su hijo para que la niña se llamara Frasin, que en romaní significaba «cenizas», o eso decía él.
Me tocaba en el mostrador. Me alisté en el ejército del aire, que necesitaba pilotos para las nuevas naves que se estaban construyendo. La recepcionista me entregó un formulario que debía rellernar y me fui a los asientos dispuestos para ello. Me dieron también un horario de las clases y entrenamientos que tendría que hacer durante los meses siguientes. Gracias a que ayudaba al profesor Mederit se me permitía dormir en el hangar de las montañas. Los entrenamientos empezarían al día siguiente de entregar los formularios. Me despedí de la recepcionista y salí de la oficina. De repente me sentí extraño, pero creo que fue una buena decisión de la que no me arrepiento. En la calle el sol artificial caldeaba la ciudad como si fuese verano. Está programado para replicar el sol real y al parecer hoy no tocaban nubes artificiales.
Me apetecía un café y entré en el edificio de al lado para tomar uno. En la última planta había una cafetería y era la que más cerca estaba. Solo llevaba 3 créditos y la tarjeta del tren en el bolsillo, pero para un café me llegaba. Al salir del ascensor en la planta 782 la vi, casi me desmayo, a punto estuve de volver a entrar al ascensor para coger aire. Hacía un año que no veía a Irene y no sabía que decirle. Ella estaba de espaldas tras la barra, anotando algo en una libreta mientras se hacía un café. Me acerqué a la barra y me senté en uno de los taburetes tamborileando los dedos en el mostrador. Seguí con la mirada a Irene, sin saber que decir. Finalmente le pedí el café. Irene se giró y me miró, primero pareció no darse cuenta de quién era. «Enseguida», dijo, y luego se dio cuenta de que era yo. Todos los que había en la cafetería se giraron de repente cuando me pegó la bofetada. Luego me pidió perdón y me besó, los clientes siguieron con sus cosas. Me puso el café y atendió a unos clientes que acababan de llegar. Cuando terminó de servirles vino a hablar conmigo, pasamos un buen rato hablando de lo que habíamos hecho este último año. Irene vivía en los bloques de pisos que habían creado para aquellos cuyas familias no habían sobrevivido a la evacuación del planeta 11 años antes. Los padres de Irene no pudieron llegar a las naves a tiempo. Este año iba a empezar la universidad, quería estudiar medicina o biotecnología. Los bloques estaban a sólo 15 minutos de la cafetería y a 10 de la universidad. Yo le conté lo de mi alistamiento en el ejército y lo del profesor Mederit y su hangar. Le expliqué cómo habíamos reforestado los alrededores del hangar. Plantamos aguacates y chirimoyas, algunos olivos y cañas de azúcar. A Irene le hizo gracia que yo estuviera plantando árboles y semillas por ahí, le gustaba meterse un poco conmigo desde que éramos críos en la nave. Ella sonreía, parecía estar contenta de verme de nuevo, o al menos eso me parecía a mí. Eso me hizo sentir más seguro de mí mismo. No sé cuánto rato estuvimos hablando, en todo caso me pareció poco tiempo. Me despedí de ella y fui al tren para volver a casa a comer algo. En realidad no tenía demasiada hambre, pero no quería que Irene perdiera demasiado tiempo hablando conmigo. Antes de irme le dejé anotada mi dirección y mi número de teléfono en un papel, ella hizo lo mismo. Estaba contento.
Al llegar al hangar el profesor Mederit estaba discutiendo airadamente por teléfono con Lola, una antigua ayudante de la época en la que trabajaba creando las naves. El profesor me contó que Lola se encargaba de la programación de la inteligencia artificial. Lola había utilizado una técnica experimental para generar la I.A. de la Ann. Dicha técnica consistía en que durante un año se conectó a una computadora portátil que llevaba siempre con ella. La computadora capturó todos los detalles del comportamiento y el carácter de Lola, que tal y como se comporta esa I.A. tenía que ser de una mala leche impresionante, por lo que no me extrañaba que el profesor estuviera discutiendo con ella de esa manera. Podemos dar gracias de que sólo se encargara de la I.A. de la Ann, y no de las naves de evacuación. El profesor lanzó el teléfono contra la pared tras decir adiós. Al parecer esta vez se había enfadado de verdad con Lola. Ella ahora trabajaba en unas instalaciones del gobierno cerca de Sevilla. Eran unos laboratorios subterráneos construidos como las estructuras de los Loriangels (algún día espero tener tiempo de contaros más de ellos). A diferencia de la tecnología de los Pakeh, que habían creado las cúpulas para las ciudades, los Loriangels vivían bajo tierra en Marte. Resulta que Lola solo podía salir de las instalaciones una vez al mes, y se notaba en sus conversaciones con Atomsk. El profesor me dijo que ya habían terminado las I.A. de las últimas naves (las que supongo que me tocaría aprender a llevar una vez terminara mi entrenamiento inicial), que Lola había estado sin salir para cumplir los plazos durante casi tres meses y estaba insoportable. El profesor se sentó en el sofá a ver series antiguas en la televisión y yo me fui a la cocina a por algo de comer. Esa noche me llamó Irene y estuvimos charlando un rato. Luego me fui a dormir.
IRENE – Poco después de irse José entró un Pakeh en la cafetería. Llevaba unos vaqueros y una camiseta verde de manga corta, que con los cuatro brazos le quedaba un poco rara, aunque puede que fuera mi impresión por ser extraterrestre. Andaba como si fuera un cowboy, sólo le faltaba el sombrero y las pistolas. Hablando me pidió un café solo largo, los Pakeh no solían hablar, se comunicaban por telepatía casi siempre, al parecer éste se había acostumbrado a hablar. La telepatía era un poco molesta, más bien rara, como lo de los cuatro brazos. Se sentó en la barra y estuvo dándole sorbos pequeños un buen rato. Cuando se acabó el café me pidió otro y dijo que estaba contento, se acababa de alistar para ser piloto, decía que era una mera formalidad para poder manejar las nuevas naves de la alianza de civilizaciones del sistema solar. Dijo que era piloto de naves Pakeh, pero su licencia no le servía para el ejercito de la alianza, pensé que era una tontería. La verdad no me interesaba demasiado lo que me contaba aparte de que al parecer iba a ser compañero de José en la academia. Al parecer se dio cuenta de que no me interesaba y dejó de hablar. Siguió bebiendo su café.
Cuando terminé de trabajar volví a casa y llamé a José. Le conté lo del Pakeh que había pasado por la cafetería y que iba a ser compañero suyo en el ejercito. Estuvimos hablando un buen rato. Me contó lo de la discusión del profesor con Lola y me puso en antecedentes de quién era la tal Lola. Me gusto haber visto de nuevo a José y hablar con él. Después de colgar el teléfono me preparé unos filetes de pescado de sobre y vi un poco la tele antes de irme a dormir. Pensé en la bofetada que le había dado a José esa mañana, no me podía creer que llevara un año viviendo en la misma ciudad que yo y no me hubiera buscado de ninguna manera. Tampoco sé por qué le besé, sería por compensar el guantazo que le había dado. Esa noche en la cama me masturbé pensando en José. Menudo idiota.

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