La iguana (historia alternativa)

Las cuentas de plástico de la persiana tintinearon al contacto de las manos de Juan, que apartó las tiras para entrar en el bar. Llevaba una sudadera con capucha, unos pantalones de pitillo y unas converse negras. Caminó hasta la barra esquivando unas cuantas mesas y se sentó en uno de los taburetes. La gente de las mesas miraba los deportes y charlaba. Pidió un bourbon a Eva, lo bueno del sitio es que las copas estaban baratas y la compañía no estaba nada mal. Eva, la camarera, era rubia, alta, con un cuerpazo de infarto (a más de uno se lo había llevado la ambulancia de «La Iguana»).

-¿Qué te cuentas, Juanito?-

-Pff, jodiíllo, he visto que habéis quitado la máquina, ¿Que ha pasado?-

-El Alberto, que se partió la muñeca y la policía se la llevó, decían que no era segura, a saber…-

– Es que también Alberto tiene unos huevos… todo el día dándole a la máquina sin dejar a los demás.- dijo Juan.

-¿Y tu qué, por qué andas jodiíllo?-

-Uno, que ya no es lo que era…- dijo Juan mientras miraba hacia el fondo del bar. En la tele, la estrella deportiva de turno le acababa de meter un bombazo en medio de la base al aspirante, 500 puntos de una tacada. Había un grupo de cuatro en una mesa, seguramente hablando de batallitas sobre los buenos videojuegos. Criajos alemanes que te destrozaban por la espalda antes siquiera de poder girarte, plagas de zerglings a los dos minutos de empezar la batalla… Los juegos de antes eran diferentes, ahora ya ni siquiera había que usar las manos, todo se hace a través de ondas cerebrales. Juan recordó su primera rotura de falange en el modo realismo de Left 4 Dead, con ese ratón que saltaba a cada mota de polvo, los críos de ahora y sus dolores de cabeza, mariconadas. – ¿Te acuerdas de la rotación del feral? Eso si era un modo dificil de cojones.-

-Yo tengo aun mi copia del wow, guardada en un cajón de la cómoda con su caja original. Cómo cambiaron las cosas…-

Juan se acabó el bourbon de un trago y miró las vitrinas llenas de videojuegos con nostalgia, ya no quedaban televisiones que funcionaran con las buenas consolas, las que tenían mandos. Ahora el drama de llegar a los 65 era que te fallara el pulso y no poder jugar más al half-life. Todo lo demás eran pamplinas.

-Bueno maja, nos vemos luego- dijo Juan, mientras se bajaba del taburete y se ajustaba los pantalones. Con pasos cortos llegó hasta la puerta, se apoyó en el marco y echó otro vistazo al lugar antes de salir a la calle. En la pared había una foto suya con la medalla olímpica, qué tiempos aquellos. Las tiras de la cortina tintinearon de nuevo. La placa de la fachada decía:

La Iguana

Hogar del jubilado

2050

(Al señor Vigalondo por semejante idea)

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