O cómo decidí que quería ver mi obra en papel en lugar de en pantallas
Cuando empecé a hacer fotografías en serio lo hice con la ayuda de una cámara réflex analógica heredada (secuestrada) que mi padre había comprado allá por los 70-80. Durante los primeros años de la carrera, los carretes los llevaba a revelar al laboratorio, me daban copias de 10×15 y todo iba bien…
Y entonces en tercero, en la asignatura de fotografía, nos enseñaron a revelar carretes y hacer ampliaciones analógicas.
Pura alquimia. El proceso es complejo, y no creo que sea este el momento de explicarlo (hay mil cursos de fotografía analógica donde lo harían mejor), pero la sensación de satisfacción que se queda al introducir un papel en una cubeta, menearlo un poco y ver cómo aparece nuestra imagen es difícil de describir. Durante ese curso conseguí traerme desde Motril la ampliadora que tenía mi padre y, en un cuarto de baño que «no se usaba» monté un cuarto oscuro para revelar mis fotografías.
Al terminar el curso, no se si al año siguiente o poco después, conseguí una réflex digital, una 350D. Las fotografías, técnicamente, eran mejores, podía hacer más sin gastar tanto dinero en carretes, papel, líquidos y tiempo, pero esa sensación se había perdido un poco. Y así pasaron los años, casi diez ya, en los que, si de las fotografías analógicas había sacado en papel el 70%, de las digitales no tuve en mis manos más del 5% si me apuras. En casa no tenía álbumes de fotografías, todo lo que hacía se quedaba en los discos duros, la pantalla y algunas se subían a redes sociales, flickr o aquí. Había llegado a un punto en el que necesitaba alquimia.
En 2015 hice una selección de todas las fotografías digitales que tenía (20.000 aproximadamente) y escogí unas 2.000 que quería conservar en papel. Con un pendrive lleno de fotos me acerqué a una tienda y, tras tres días saliendo fotos de sus máquinas, me dieron 5 paquetes que yo metí en sendos álbumes que viven en mi estantería desde entonces. Y tuve algo de satisfacción, mucha satisfacción al hacerlo, pero era como cuando llevaba los carretes a revelar y aun me faltaba algo.
Y me puse a mirar impresoras. Soy bastante quisquilloso y no me gustan las cosas que duran cuatro días y no ofrecen satisfacción. En el pasado había sacado alguna foto en «laboratorios/imprentas» que, por utilizar tintas muy baratas, ya no tienen el mismo color que tenían cuando las hice. Tenía claro que quería una impresora de tintas pigmentadas que sacara fotos a un tamaño decente, pero tampoco demasiado grande.

Uno de los motivos principales que justifican la compra es el de poder aprender a imprimir mis propias fotos, además de que, ya que me iba a gastar un buen dinero en sacar las doscientas y pico fotos para el TFM (se me ha ido un poco de las manos, pero bien), bien podía absorber parte del gasto teniendo una herramienta para seguir vendiendo mis fotografías. En el proceso de instalación y primeros pasos con la impresora ya he aprendido cómo hacer perfiles de papel nuevos (gracias a Keith Cooper y su web donde encontré bastante información al respecto). También he comprado papeles a precio de tela de la india bordada en oro, que por otro lado tiene la misma apariencia cuando imprimes una buena foto, todo hay que decirlo.
Y ha vuelto la magia, vuelvo a sentir esa sensación de satisfacción cuando le doy al botón de imprimir y la impresora traga papel y va saliendo la fotografía poco a poco.
Posdata: Tengo una tienda para que los que viven en España puedan comprar mis fotografías. De momento, como no me he hecho asquerosamente famoso ni estoy muy sobrado, tienen unos precios asequibles para hacer un regalo o para colgarlas en vuestra propia casa si os gustan.
Muchas gracias por comentarnos la experiencia con la fotografía analogica. Me gustaría hacer un curso al respecto de esta fotografía para ver las posibilidades que ofrece. Un abrazo!!